DERIVA TERRENAL
No es noche ésta de ahogarse:
luna llena, reacio
río bajo luz suave.
Lorelei, Sylvia Plath
La sirena llevaba más de un siglo en una cápsula de sostén
artificial: había sido capturada en sus mejores años, una madrugada neblinosa
en las inmediaciones del Adriático… Años y años desplegando sus habilidades de
esquiva, cambiando el color de sus escamas para parecerse al ser u objeto más
cercano y fue un hombre cualquiera —o no tan cualquiera, que pese a lesa
humanidad aún conservaba un hambre curiosa—, quien la halló una fracción de
segundo desprevenida, en una ensoñación extraña sobre el futuro.
Aquel hombre acorraló y maniató a este ser de Neptuno en su
velero, para admirarla por días dentro de un estanque, y luego, en un impulso
funesto, dar parte a las autoridades, quienes le hicieron pasar por un sinfín
de dolorosas e innecesarias pruebas, pues ella habría dicho sin problema “soy
ésta. Siempre he estado aquí” y otros secretos.
El hechizo de su voz no fue suficiente; la sirena terminó en
una cápsula, y un puñado de años después, casi como consecuencia, la humanidad
extinta por sus propios avatares, dejándole en una deriva terrenal que le
llevaba a maldecir su suerte. Aunque podía reconocer: no se estaba tan mal del
todo. Le quedaba la vida.
La cámara donde permanecía, si bien coartaba su libertad
corporal, se parecía mucho a estar en casa: los colores profundos y ondeantes,
el frío permanente, sus pensamientos que se deslizaban como la materia en un
mar inmenso, las ideas que le bullían como en la juventud más temprana.
Algo hizo clic en su cabeza humanoide: la ensoñación que
tuvo durante su captura, era un aviso de los dioses y, sin embargo, ya era
tarde. Ya solo quedaba el pensar y pensar y pensar, como cada que veía a esos
seres andantes que habían caído presas de los cantos de sus hermanas o que en
un acto fatídico las habían arrastrado consigo, hasta llevarlas a una muerte
seca.
by fly10
Comentarios
Publicar un comentario